Complejidades de la pareja actual

Las relaciones de pareja han ido cambiando a través de la historia y en las diferentes culturas. En Occidente, ya entrado el siglo XIX, se instaló como modelo dominante el matrimonio por amor (a diferencia de los matrimonios por arreglo). Sin embargo, el objetivo central de esos matrimonios era formar una familia. Así, nuestros padres y abuelos, como buena parte de mi generación, nos embarcamos en matrimonios en los que ser padre y ser madre le daban sentido, orden y solidez a la vida matrimonial.

En ese escenario, ser buena madre, abnegada en el cuidado y educación de los hijos, cumplía buena parte de las expectativas de los maridos que, por su lado, siendo buenos proveedores y un buen ejemplo para los hijos, también podían satisfacer una parte importante de las expectativas de la mujer.

Hoy nos encontramos con un panorama muy distinto. Las parejas que inician una convivencia o matrimonio pueden estar muy alejadas de querer tener hijos o bien posponer el objetivo de formar familia para más adelante, a riesgo incluso de llegar al límite de la edad fértil en el caso de la mujer. La mayoría se compromete a vivir en pareja por sentirse enamorados y el objetivo principal que buscan es pasarlo bien juntos.

Hasta ahí parece un objetivo fácil de cumplir ya que si logran mantenerse enamorados y enfocados en disfrutar al máximo su relación, no parecen haber obstáculos que impidan conseguirlo. Sin embargo, hoy día las expectativas que cada cónyuge espera de su relación pueden convertirse en una fuente de frustración. A menudo escuchamos que hombres y mujeres esperan encontrar en su pareja un/a compañero/a de aventura, un/a socio/a para la vida, un/a amante, un/a amigo/a con quien conversar cosas interesantes, un/a confidente con quien compartir lo más íntimo, alguien a quien admirar, una persona con la que puedan coincidir “espontáneamente” en gustos, alguien con quien puedan sentir una afinidad total, etc.

Por esto no es raro que algunas parejas que se casaron o iniciaron una convivencia llenos de entusiasmo comiencen a poco andar a frustrarse y hasta sentirse “engañados” porque el/la otro/a no está cumpliendo con lo que al principio de la relación “ofreció”. Por supuesto, la constatación de haber perdido el brillo inicial puede desalentar a uno o ambos y de este modo la relación puede entrar en crisis. Creo que en este punto es necesario detenernos para hacernos algunas preguntas: ¿En qué otra relación importante uno espera tanto del otro?

Uno puede llevarse estupendo con un/a amigo/a, con un/a hermano/a, con el papá, la mamá, sin embargo no esperamos de ellos/as que cumplan tal multiplicidad de expectativas que enumeramos más arriba respecto de la pareja; ¿Entonces, de dónde surgen esas exigencias grandiosas que ponemos en nuestras parejas? ¿Acaso pasarla bien con un/a compañero/a de vida requiere todo eso? Pensemos si incluso ¿Estamos tan conformes con nosotros mismos? ¿Somos tan interesantes, entusiastas, atractivos/as, exitosos/as, optimistas, comunicativos/as, empáticos/as, asertivos/as?

Claro que no, sin embargo, podemos perdonarnos, intentar mejorar, aprender de otros, aceptar nuestras limitaciones y no por eso dejar de querernos y cuidarnos; en fin, podemos ser más autocompasivos y de ese modo podemos ser más compasivos con nuestra pareja.

A menudo vivimos no tan conscientes, en una autoexigencia desmesurada y también en la exigencia hacia quienes amamos. Se nos olvida que “lo perfecto” es enemigo de “lo bueno” y con ello dejamos de apreciar cómo somos y cómo son aquellos que amamos. Es innegable que vivimos en una cultura que estimula la competencia, que premia a los/as ganadores/as y desprecia los que van quedando atrás.

Por supuesto que es estimulante sentirse o ser tratado como “winner” y muy decepcionante y triste sentirnos o ser tratados como “loser”. La meta regla de la competencia indica que para que uno/a gane otro/a debe perder. Demás está decir que esta visión binaria de la vida humana entre ser ganador/a o perdedor/a resulta bastante estresante y hasta cruel para la mayoría de las personas.

El ser humano es en el fondo un ser gregario, que se ha desarrollado desde hace miles de años en la tierra viviendo en comunidades. Es en la compañía con otros humanos que hemos desarrollado un lenguaje y una conciencia, dos facultades humanas que han surgido precisamente porque crecemos y vivimos en comunidad. Es innegable que la historia de nuestra especie ha sobrevivido a innumerables luchas y guerras, sin embargo es nuestra capacidad de coordinarnos y de cooperarnos, de apoyarnos mutuamente la que ha hecho posible nuestra supervivencia.

La cooperación, a diferencia de la competencia, hace posible que todos ganemos, que saquemos adelante empresas extraordinarias. Un buen ejemplo es la solidaridad espontánea que se genera frente a las catástrofes; en ellas, los damnificados encuentran apoyo de gente conocida y de muchos desconocidos y también en ellas los que ayudan se sienten útiles y satisfechos.

Volvamos a la vida en pareja, y enfoquémonos sobre todo cuando estamos frustrados principalmente a causa de nuestras exigencias. ¿Cómo podemos enfrentar de manera constructiva esa vivencia? Un primer paso puede ser aceptar que la vida no puede ser reducida a una visión dicotómica de todo o nada, de blanco o negro, de bueno o malo. Entre esos extremos se despliega una riquísima gama de matices que hacen que podamos vivir en amplitud nuestra existencia.

Desde ahí podemos vernos a nosotros mismos y a nuestra pareja como personas que transitamos por distintos tonos emocionales, por variaciones en nuestras motivaciones, por cambios en nuestro nivel de energía, por cambios en nuestra forma de pensar, que simplemente no podemos evitar.

Otro paso es aceptar las legítimas diferencias que tenemos con nuestra pareja, así como debemos aceptar las diferencias que tenemos con nuestros amigos, con nuestros familiares y con cualquier otra persona. En tercer lugar, es fundamental entender que para que nuestra relación de pareja sea la mejor posible, debemos cuidarla. Esto implica responsabilidad, compromiso y disciplina para proteger lo que está bien y estar dispuestos a revisar cómo mejorar aquello que no nos deja contentos. Todos sabemos que el enamoramiento inicial no es garantía de que la relación perdure satisfactoriamente a mediano y largo plazo.

A fin de cuentas, es conveniente y realista ver que nuestra relación de pareja no es perfecta, pero puede ser, a pesar de sus bemoles, lo bastante buena para que merezca ser mantenida. Esto requiere que ambos miembros de la relación se comprometan a realizar un trabajo de equipo sostenido, amoroso y disciplinado. No es conveniente pensar que todo lo bueno viene dado, mucho de ello está en nosotros conseguirlo.


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