La pandemia por Covid-19 dibujó un contexto desconocido para la mayoría de la población mundial. Lo cotidiano, con su habitualidad, dio paso a una especie de “día a día” en el que escaseaban las certezas y, en cambio, la incertidumbre se convirtió en la regla. Por otra parte, todos en alguna medida experimentamos pérdidas: la vida social, el trabajo presencial o a distancia, la vida académica tal como la conocíamos, la libertad para movernos por nuestro entorno, diversas actividades recreativas, deportivas, culturales, etc. Además, hay quienes, además de lo anterior, perdieron seres queridos, con el agravante de que, en muchos casos, por restricciones de seguridad sanitaria, no pudieron acompañarlos durante su gravedad e incluso en su despedida.
El coronavirus llegó a Chile en el mes de marzo de 2020, trayendo consigo el impacto de múltiples cambios que ya divisábamos en imágenes que nos llegaban desde Asia y Europa. Veíamos a la distancia cómo la gente entró en largas cuarentenas para evitar el contagio, dejando atrás el trabajo presencial, las reuniones con amigos, los paseos, los viajes y un sinfín de actividades propias de la “normalidad” que todos asumíamos como “lo natural”. En un abrir y cerrar de ojos, pudimos constatar no sin cierta incredulidad que las imágenes que antes vimos en las noticias ya formaban parte de nuestra nueva realidad, sin duda, muy diferente a todo cuanto estábamos acostumbrados.
Empezamos a escuchar que quizás los cambios traídos por la pandemia llegaron para quedarse: distanciamiento social, uso de mascarillas, temor al contagio, teletrabajo, estudiar desde la casa, reuniones sociales online, etc. Iniciamos la cuarentena que nos aisló y cambió insospechadamente la rutina a la que estábamos habituados.
La incertidumbre sobre el futuro se instaló en nuestras vidas. Ahora todo ocurría en nuestro hogar: el trabajo, los estudios, el ocio, el ejercicio físico, la vida de pareja, la vida familiar. Nuestra casa se convirtió, como nunca antes, en el refugio necesario, pero también en nuestro confinamiento. Casi sin darnos cuenta, se instaló en nuestras vidas una discontinuidad radical con todo lo conocido, trayendo consigo desorganización, angustia, preocupación, aburrimiento, sentimiento de desamparo, ánimo bajo, etc. Cambiaron nuestras rutinas, tuvimos que ir poco a poco generando nuevos hábitos, funcionales a la nueva realidad, dejando atrás un pasado ahora teñido de nostalgia, y así comenzamos a experimentar múltiples duelos por todo aquello que formaba parte de lo que era nuestra “normalidad”.
Un capítulo aparte constituyen las vivencias de todos aquellos que sufrieron la muerte de un ser querido y de otros que, como parte de la “primera línea” (personal de salud), les tocó la noble y a la vez difícil tarea de haber sido la única compañía en el aislamiento de personas a las que, pese a todos sus esfuerzos, no pudieron salvar. Muchos familiares y amigos no pudieron despedirse de sus enfermos, algunos ni siquiera pudieron asistir a su velorio y/o funeral, quedando así despojados de nuestra costumbre de ritualizar la partida de nuestros seres queridos.
De este modo, el duelo, o mejor dicho, diversos duelos, pasaron a formar parte de nuestra cotidianidad. Claramente fueron tiempos difíciles que demandaron de un modo insospechado nuestros recursos personales y comunitarios para hacerles frente. Por supuesto que nadie estaba preparado para que de la noche a la mañana la vida cambiara dramáticamente frente a nuestros ojos y por eso, para los que trabajamos en salud mental, fue y es un tema que requiere toda nuestra atención.
¿Qué es un duelo? Es una reacción natural ante la pérdida de un ser querido, objeto o evento significativo. Es importante destacar que el duelo es un proceso, es decir, requiere tiempo del mismo modo que las heridas físicas para cicatrizar. Además, es personal, en el sentido de que cada persona lo vive a su manera y le tomará el tiempo que le sea necesario para elaborarlo y sin duda distintos duelos podemos vivirlos de manera muy diferente.
Como cualquier proceso aflictivo, es más llevadero si nos sentimos apoyados y contenidos emocionalmente por nuestro entorno cercano. No es una enfermedad: si bien el duelo suele cursar con sintomatología ansioso-depresiva (angustia, tristeza, abatimiento, sentimiento de vacío interior, frustración, rabia, desánimo, dificultad para concentrarse, etc.) en general no requiere de tratamiento psiquiátrico o psicológico. No obstante, algunas personas se benefician del acompañamiento de un psicoterapeuta, quien puede brindar contención emocional y facilitar la elaboración del duelo.
Etapas del duelo: Elisabeth Kübler-Ross describió 5 etapas por las que pasan las personas en duelo: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. En la etapa de negación tendemos a hacer como si nada ha pasado, como si la pérdida fuera una fantasía indeseable que no tiene relación con la realidad; en la etapa de ira nos enojamos con Dios, con la vida, con los doctores, buscamos a alguien para culpar de la pérdida; en la etapa de negociación, nos enfrascamos en preguntas del tipo ¿qué habría pasado si hubiese hecho algo distinto, si a mi familiar lo hubieran atendido en otro lugar, si me hubiese dado cuenta antes de su enfermedad o me hubiera tomado más en serio que era de riesgo…? quizás buscando darle vuelta al destino; en la etapa de depresión nos inundamos de tristeza y sensación de vacío, y en la etapa de aceptación, encontramos la calma y resignación para aceptar la inevitabilidad de la muerte, de la pérdida como parte natural de nuestras vidas continuación, la historia completa de la pandemia de la COVID-19, desde su inicio hasta su evolución actual, incluyendo las medidas de prevención y los avances en el desarrollo de vacunas y tratamientos.
En fin, los duelos son experiencias inevitables de la vida humana que, si bien dolorosas, nos enseñan a darle valor a nuestra existencia, a apreciar a las personas y todo cuanto queremos. Los duelos además nos enseñan que cada pérdida trae consigo el nacimiento de algo nuevo que, aunque nos parezca extraño al comienzo, pasa a formar parte de nuestro mundo. El impacto de una pérdida nos puede remecer e incluso tumbar por un tiempo, pero la historia nos muestra una y otra vez que las personas se ponen de pie porque la vida continúa y porque los duelos son parte de la vida.

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